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Bomberos Voluntarios
Anecdotario (que hace historia)
Martes 16 a la una de la madrugada.
La ventana de mi cuarto, es golpeada sin cesar por el frio viento del sur. Faltaban cinco horas para ir a trabajar, dormir se esta haciendo difícil.
Cuando lo estoy logrando, LA SIRENA, la sirena del cuartel que sin pedir permiso invade mi cuarto del séptimo piso. Sobre mi mesa de luz, el equipo de radio ruge pidiendo ayuda.
Los perros del barrio lloran, no se si por sus oídos lastimados o porque presienten lo que pasa. La curiosidad me invita a asomarme al balconcito, y… ahí esta, no mas de veinte cuadras cruzando el riachuelo. El fuego, irrespetuoso, omnipotente, como un mounstro que se levanta varios metros de altura. Lo acompaña un resplandor, que ilumina la noche como anunciando una tormenta. No hay más tiempo para mirar, del ropero saco la campera, un gorro de lana y a correr, quedan atrás las inútiles palabras de mi vieja que dicen que no vaya.
La calle está invadida de soledad, la sirena parte el alma acelerando mi marcha. Ya en el cuartel, Eduardo sube al autobomba más grande y lo pone en marcha. Fabián grita “Vamos a una casa, apúrense!”. La primera dotación ya salió, pero no va a ser suficiente. Gustavo y Patricia, llegan justo cuando estamos subiendo al camión, toman sus sacos y cascos en un bollo grande y deforme, y lo arrojan a la plataforma trasera, su “vestuario” va a ser rodante. Me trepo a la cabina, Eduardo maneja, ¡salimos! El destello de las luces giratorias, hipnotiza, la sirena del autobomba hace subir la adrenalina a mil. Miedo, placer, locura, se juntan al mismo tiempo, tiembla el asfalto con ocho mil kilos de agua y material.
El policia de la esquina levanta el pulgar cuando pasamos, lo hace todas las noches, es una buena señal. Atrás colgados en la parte posterior, van mis compañeros, que estudian, que trabajan. Los que nunca serán elegidos como JÓVENES SOBRESALIENTES DEL AÑO, los que nunca serán invitados a almorzar en televisión. Al subir al puente lo veo nuevamente, aquí está, el fuego, cada vez mas grande, si hasta parece la quema de cajas de cartón que hacíamos con mi primo cuando éramos chicos. Pero no son cajas de cartón, son casas, muebles y tal vez vidas. Llegamos, Eduardo estaciona en un calle desierta y ordena: ¡Ataquen por atrás! ¡Eviten que tome otras casas, vamos muchachos! Con Gustavo ya sabemos, trepamos el techo de la casa vecina, con una linea preparada, Fabián nos acompaña.
Los vecinos nos pasan con su mirada toda la confianza, pero en cualquier momento el techo en el que estamos va a ser parte del mounstro que avanza hacia nosotros. ¡Las chapas queman! ¿y el agua? ¡Cuánto tarda! Son segundos, pero parecen horas. El calor es terrible, la piel se estira y duele, un poco de brea derretida hace blanco en mis orejas, pese a mi casco.
Fabián grita: ¡Va agua! Se infla la manguera, el primer chorro es para nosotros. El agua, nuestra fiel amiga, pelea duramente contra el brutal enemigo, ¡avanzar! Dice Gustavo, manejando la lanza como parte de su cuerpo. ¡Fuerza voluntarios! se escucha como un grito de guerra enardecido. Pero algo pasa ¡no hay mas agua! Seguramente las viejas tomas de calle no dan presión suficiente. ¡Mas camiones, una cisterna! Suena en la radio como una súplica, Gustavo me mira, sabe que estamos indefensos, en las barbas del gigante, que arrasa todo a su paso.
¡El fuego! Que maldito pero hermoso, mejor amigo y peor enemigo. La luz y el calor nos abraza como una preciosa chica enviada por el demonio. Los vecinos cambian de parecer, ya no somos Gardel o para los mas chicos héroes de los dibujitos de la tarde, debemos estar a la altura de un gusano, sabemos que de héroe a villano hay un solo pasito.
Ahora sí, el agua viene con todo, mis manos tiemblan entumecidas aferradas a la lanza, un liquido negro sale por mi nariz, avisándome el estado de mis pulmones. El mounstro se retira lentamente, pero a que precio. Lo que fueron casas, ahora son escombros deformes, un triciclo ha quedado mal herido y espera un niño que lo consuele. Afuera los bomberos lamen sus heridas como perros después de una pelea. Los curiosos comentan lo de siempre, la película ha terminado, faltaron a la cita, las estrellas de siempre. Los bomberos de carne y hueso cumplimos bien, el papel de humanos.
Martes 16 las cinco de la madrugada.
El alma de un viejo bombero parece decir ¡Bien muchachos! pero los jefes en los trabajos protestarán porque vamos cansados. En casa madres y esposas no dicen nada, pero sabemos que poco han dormido por nosotros. Los diarios dirán “Los bomberos llegaron tarde” o tal vez con un poco de suerte pondrán “Esforzada labor de los bomberos voluntarios” en un cuadrito de dos por dos debajo de la gran portada de la separación de Lady Di.
Y mi mente se traslñada al banco de una escuela de provincia hace muchos años. La maestra pregunta: ¿Qué van a hacer cuando sean grandes? Y las respuestas van pasando: astronautas, médicos, enfermeras, arquitectos… Cuando llega mi turno contesto: “Cuando sea grande voy a llorar cuando el alma de un niño se escape entre mis manos. Voy a reir cuando alguien diga gracias, dándome un abrazo. Cuando sea grande voy a ser un poco astronauta, un poco médico, poeta e ingeniero, héroe y villano. Amante y enemigo del fuego…, si amante y enemigo del fuego. Señorita, voy a ser Bombero!” ¡Estás loco!, vocifera un compañero; ¡mejor! Tal vez sea cierto lo que dicen, que los locos y los niños van al cielo. INICIO
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